La teoría de la proposición en el Tractatus de Wittgenstein
“Posiblemente
sólo entienda este libro quien ya haya pensado alguna vez por sí
mismo los pensamientos que en él se expresan o pensamientos
parecidos.”
L.
W.
El Tractatus es un estudio sobre las principales
características de la proposición: Las propiedades semánticas de
la proposición y las propiedades sintácticas de la proposición.
La semántica informal
del Tractatus.
Las propiedades semánticas de la
proposición son aquellas características que la hacen verdadera o
falsa. El Tractatus estudia primero los valores semánticos
de las expresiones que forman a la proposición y sus
características, y después estudia las propiedades de la
proposición que le permiten expresar cuáles son sus valores
semánticos. Es corriente encontrar interpretaciones clásicas a
las primeras partes del Tractatus en las que se habla de una
ontología o una metafísica. El Tractatus continúa la teoría
fregeana del significado, de ahí que el primer tema que trata son
los valores semánticos de las expresiones, es decir, sus
referencias y seguidamente el tema de cómo logra la proposición
determinar sus referencias, es decir, su sentido.
Es cierto que
Wittgenstein no hace uso de la palabra “semántica” ni desarrolla
una semántica formal en estas primeras partes del Tractatus
ya que no entrega definiciones de términos semánticos como
“denotar”, “satisfacer”, “significar” o “verdad”.
Pero una interpretación clásica, es decir una interpretación que
pretenda ver una ontología y una epistemología en estas primeras
hojas del Tractatus, se topará simplemente con
contradicciones. Wittgenstein nos da claves sutiles para ir
recuperando sus ideas por medio de una interpretación semántica y
así encontrar la consistencia y sentido de su discurso. Por otra
parte se puede alegar que su tratamiento de los valores semánticos
de las expresiones se acerca demasiado a una ontología ya que él
habla de entidades extra-lingüísticas, sin embargo, hay que aclarar
que es posible en principio describir las propiedades semánticas de
las expresiones sin apelar a objetos físicos o cualquier otro objeto
que se admita en una ontología.
Para ver claramente
esto comencemos definiendo el valor semántico de una
expresión como aquella característica que es necesaria para hacer
verdadera o falsa a la proposición donde aparezca la expresión.1
Es una propiedad semántica de los nombres el significar o denotar a
un objeto, el objeto es el valor semántico del nombre (3.203)2.
Para que una proposición donde aparezca un nombre sea verdadera o
falsa, el nombre tiene al menos que designar a un objeto.
Wittgenstein, en vez de tratar de asir los objetos por medio de algún
método filosófico tradicional, se atiene al análisis del nombre
para derivar las propiedades básicas de aquello que designa. No se
trata de una ontología pues no se pretende probar la existencia de
estos objetos. La determinación arbitraria de qué objeto particular
designa un nombre particular es algo que no se puede derivar a partir
del análisis lógico del nombre, pero sí se puede aclarar a partir
de él qué condiciones ha de tener el nombre para que siquiera pueda
designar al objeto. Los objetos, en la semántica informal del
Tractatus, son entidades simples (2.02) porque los
nombres que los designan no pueden descomponerse por medio de
definiciones (3.26). Este método de argumentación ha de suponerse
en la lectura de la primera parte del Tractatus para, como ya
se dijo, encontrarle sentido.
Pasemos a las
propiedades de los valores semánticos que el Tractatus
describe, ha de recordarse siempre que estas propiedades se derivan
de las propiedades de las expresiones que tienen esos valores
semánticos. Los objetos (Gegenständen,
Sachen, Dingen) simples se
encadenan en configuraciones o estados de cosas (Sachverhalten)
gracias a la forma particular que tienen. Los estados de cosas a su
vez se relacionan en hechos (Tatsachen)
debido a la estructura particular que le entregan las relaciones
entre los objetos que los conforman. El conjunto total de hechos es
el mundo (1-1.12). Nuestra lectura semántica aclara qué expresiones
significan a qué valores semánticos. Los nombres designan a los
objetos, las proposiciones atómicas o funciones predicativas
significan a los estados de cosas y las funciones veritativas o
proposiciones moleculares significan a los hechos. Si el nombre
realmente designa algo, ese algo existe efectivamente, si la función
predicativa es verdadera entonces el estado de cosas que describe se
da efectivamente. Las funciones veritativas incluyen a la negación
por lo que no se puede afirmar que si son verdaderas los hechos que
significan se dan efectivamente, sin embargo, sí se puede decir que
el conjunto de proposiciones moleculares o funciones veritativas
verdaderas describen por completo al mundo. También vemos cómo
nuestra atención en las expresiones que significan tales valores
semánticos aclara la insistencia en la forma de los objetos y
los estados de cosas como aquello que les permite relacionarse de
manera compleja.
En el caso de los
nombres tenemos dos formas básicas, los nombres de las propiedades o
relaciones, las funciones predicativas que tienen la forma F( )(
), R( )( )( ), etc., y los nombres de los particulares o
individuos, las letras sueltas de la forma a, b, x, y, etc.
Es claro que son estas formas lo que permite a estos nombres
relacionarse en proposiciones del tipo F(a)(b), etc. La forma
de estas proposiciones elementales, como les llamaba Wittgenstein, es
lo que les permite asociarse en proposiciones de la forma p FV q3,
e. d., la forma que tienen las expresiones que significan hechos. Es
claro que proposiciones elementales con formas incompatibles no
pueden relacionarse en proposiciones compuestas. Veremos más
adelante la explicación de esto cuando tratemos la relación que hay
entre el sentido de la proposición y su forma sintáctica, por ahora
podemos concluir que la semántica informal que se desarrolla en el
Tractatus depende palpablemente de su teoría sintáctica.
Ya hemos derivado de
nuestra lectura las primeras proposiciones del Tractatus
(1-1.12) y hemos empezado a esclarecer algunas más (2.01, 2.0141,
2.0272, 2.03, 2.032, 2.033, 2.034, 2.04.) pero antes de continuar
enunciemos uno de los supuestos de este libro. Wittgenstein dijo en
sus Investigaciones Filosóficas que un supuesto de su primera
obra consistía en creer que todas las palabras del lenguaje eran
nombres, a diferencia de otros enunciados que no tienen prueba dentro
del Tractatus, otros supuestos que el propio Wittgenstein
criticará, éste en particular no se enuncia en ninguna parte de su
opera prima, pero sí que se ven sus efectos, pues como ya
dijimos, las funciones predicativas eran nombres de propiedades o
relaciones.
Las primera parte del
estudio de las propiedades semánticas de la proposición, como ya
dijimos, trata de los valores semánticos de las expresiones y sus
características (1-2.063), en particular se habla extensamente de
las propiedades de los objetos. Los objetos tienen que poder ser
parte de un estado de cosas (2.011), los objetos son independientes
en la medida en que pueden ocurrir en todos los posibles estados de
cosas (2.0122), los objetos están en un espacio posible de estados
de cosas (2.013). Los objetos son la sustancia del mundo (2.021), son
incoloros (2.0232), persisten independientemente de lo que es el caso
(2.024) y tienen tres formas, espacio, tiempo y color (2.0251).
Las tres primeras
proposiciones que citamos en este bloque tienen su prueba en la
proposición 3.3 que dice que sólo en la trama de la proposición
tiene un nombre significado. El significado de un nombre es el objeto
que designa, para que el nombre designe ha de estar relacionado con
otros nombres en una proposición, por ejemplo, en las proposiciones
elementales, de ahí que sea imposible que un nombre designe un
objeto que no sea parte de un estado de cosas o que no esté en un
espacio de posibles estados de cosas, ya que si así fuera, el nombre
simplemente no tendría significado. Obviamente podemos hacer la
lectura conversa: dadas las propiedades significativas de los nombres
es imposible que haya objetos que no formen parte de al menos un
estado de cosas.
La proposición 2.011
es aclaratoria por varias razones, pero en general explica la idea
ampliamente extendida de que un nombre propio, en sentido gramatical,
tiene significado por sí sólo. Nos es fácil representarnos algo
cuando escuchamos el nombre “Napoleón Bonaparte”, esta aparente
independencia del nombre sólo viene dada porque el objeto que
designa tal nombre puede ocurrir, o en este caso ocurrió, en
distintos estados de cosas que le otorgan significado a las
expresiones que los describen, a las proposiciones. Así decimos de
Napoleón que conquistó la mayor parte de Europa occidental, que
peleó contra Nelson, etc. Sin estas funciones predicativas nos sería
imposible asignarle un significado al nombre “Napoleón”.
Que los objetos sean
la sustancia del mundo, y por tanto aquello que se mantiene a pesar
de lo que es el caso, se debe a que no hay lenguaje alguno que
trabaje sin nombres, en el sentido amplio de implementos para
designar. El que los objetos sean incoloros se debe a que las
proposiciones que afirman que un objeto particular tiene tal o cual
color, y todas las proposiciones que afirman propiedades de los
objetos físicos, se resuelven en proposiciones que afirman la
relación entre varios objetos, proposiciones que describen estados
de cosas. El color no es una propiedad que le pertenece a los objetos
sino una relación entre objetos, igual que todas las demás
propiedades físicas. Por ejemplo la proposición “x es rojo”
dice en realidad que el objeto “x” tiene el color “y”, con lo
que logramos ver más claramente la encadenación de objetos
necesaria para que haya un estado de cosas. Wittgenstein en los
enunciados 2.0123 y 2.01231 dice que para conocer un objeto
ciertamente no he de conocer todos los estados de cosas en los que
ocurre, sin solo su forma: tiempo, espacio y cromaticidad. La
traducción semántica de esto es que para usar con sentido un nombre
he de conocer el objeto que designa, para lo cual es necesario poder
distinguir su forma del fondo en el campo visual, o su altura tonal
del fondo sónico, o su dureza del fondo táctil, etc., (2.0131) y
por tanto poder localizarlo espacio-temporalmente. Después de hacer
este discernimiento se pueden formular proposiciones del tipo: “a
está en tal relación con b.” Wittgenstein
afirma que podemos, hasta cierto punto, obviar las proposiciones que
atribuyen las formas wittgenstenianas a los objetos porque podemos
utilizar con sentido los nombres una vez que distinguimos a qué
objetos designan.4
Aquí se expresa otro supuesto del Tractatus del que nos
alerta el segundo Wittgenstein, la creencia de que algunos nombres
pueden ser introducidos por medio de definiciones ostensivas,
ciertamente en el Tractatus muchas veces se habla de “la
asignación arbitraria de un significado a un nombre.”
Finalmente aclaremos
una última proposición de esta parte apelando a nuestra adscripción
de valores semánticos a los distintos tipos de proposiciones. La
oración 2.06 dice que la realidad es el darse y no darse efectivo de
estados de cosas. Como ya habíamos visto las proposiciones negadas
son ya proposiciones complejas, por ejemplo, F(x)(y),
que niega que el estado de cosas F(x)(y) se da efectivamente,
y si es verdadera, el estado de cosas no se da efectivamente. Por
tanto la proposición 2.06 es equivalente a la proposición “el
mundo es la totalidad de los hechos.” Tomando en cuenta claro que
por realidad y mundo se entiende lo mismo (2.063).
Pasemos a la
investigación que se hace en el Tractatus sobre las
características de la proposición que expresan las condiciones
semánticas bajo las cuales puede ser verdadera o falsa. Estas
características son las que permiten determinar qué valores
semánticos tienen todas las expresiones que contiene la proposición.
Es pues una investigación de cómo es posible que una proposición
tenga sentido. Para ver claramente por qué se ha de
distinguirse entre el reconocimiento de las condiciones semánticas
de una proposición y el conocimiento de su valor semántico tenemos
que apelar al concepto de “compresión”. Es posible que un sujeto
particular conozca el valor semántico de una expresión, es decir,
que emita la oración “p es V”, sin comprender lo que p
enuncia, por ejemplo, cuando, hablando indirectamente, un estudiante
de filosofía dice “Es cierto que ser es ser valor de una
variable” sin conocer el cálculo predicativo de primer grado. Si
nuestro estudiante hubiera comprendido la oración sabría por qué
la oración es verdadera y no simplemente que es verdadera.5
En trazos burdos reconocer las condiciones semánticas de una
proposición es conocer si una proposición puede ser verdadera o
falsa y además estar capacitado para asignar los valores semánticos
a las expresiones que contiene la proposición. ¿Cómo logra la
proposición determinar sus referencias? Veamos cómo nos lo explica
el Tractatus.
Para asegurarle al
lector que este modo de ver las proposiciones 2.1 a 2.225 es correcta
sólo hace falta citar la oración 2.221: Lo que la figura representa
es su sentido. Usémosla como punto de partida. Una figura (Bild)
es un modelo de los hechos (2.12) y nosotros nos hacemos figuras de
los hechos (2.063), lo hacemos ordenando los elementos de la figura
de tal manera que correspondan al ordenamiento de los objetos en los
estados de cosas (2.13), la figura consiste pues en que sus elementos
estén unidos de un modo determinado (2.14) y esto es lo que le
permite representar cualquier hecho que tenga este mismo orden de
elementos (2.171). En ciertas ocasiones se ha argüido que esto es
una teoría del conocimiento porque la oración 2.063 y la 3 (La
figura lógica de los hechos es el pensamiento)6
incluyen referencias directas e indirectas a estados mentales, cabe
aclarar que no hay razón alguna para que decidamos hacer nuestros
modelos de la realidad con quantas mentales o con plátanos,
con nombres o con impulsos eléctricos, lo único relevante de la
teoría de la figuración es que nos da una explicación de cómo a
partir de una figura puede distinguirse a qué se refiere, qué
representa. La figura puede representar porque primero tiene la misma
multiplicidad matemática de elementos que lo figurado y porque estos
elementos se comportan de una manera determinada análoga a la manera
determinada en que se comportan los elementos de lo figurado. Por
tanto entre la figura y lo figurado hay algo idéntico (2.161) y para
Wittgenstein esto idéntico es la forma lógica (2.18). También es
regular encontrar consideraciones que dicen que esta teoría
isomórfica de la correspondencia se basa en una postura metafísica
que consiste en afirmar que la realidad y las figuras de la realidad
tienen la misma forma lógica y que en última instancia no se sabe a
ciencia cierta qué es esta famosa forma lógica. La forma lógica de
la figura, que comparte con los figurado, es la igualdad numérica
entre elementos de la figura y elementos de lo figurado y el orden
fijo de unos y otros (2.15, 2.151, 2.18 y 2.181)7.
Por ello todas las figuras son figuras lógicas (2.18, 2.181 y 2.182)
y lo que determina que una figura particular sea una figura que
represente accidentes automovilísticos, por ejemplo, es la
aclaración8
de que los elementos de esa figura representan autos.
Para nuestra lectura
semántica es relevante esta teoría porque cabe saber qué
representa una figura sin saber si es correcta o incorrecta, si
representa apropiadamente o no. Cabe pues reconocer el sentido de la
figura, reconocer que tiene la misma forma lógica que un hecho, sin
saber si es verdadera o falsa. Oraciones en este bloque de
proposiciones que suenan rotundamente estrafalarias se entienden con
facilidad en nuestra lectura semántica. Por ejemplo, la oración “la
figura contiene la posibilidad del estado de cosas que representa”
(2.203) significa que podemos reconocer una figura9
como tal independientemente de que sepamos si representa
correctamente o no un hecho.
Comprender el sentido
de una oración es comprender que sus elementos se comportan unos
respecto a los otros en el modo que enuncia la oración e
implícitamente comprender que los elementos de la oración designan
objetos. La oración es una figura que emplea un método de
proyección particular, a saber, designar objetos con palabras.
Cuando se comprende que los valores semánticos de una oración se
relacionan de la misma manera que las palabras que se usan en ella se
ha comprendido el sentido de la oración y puede establecerse ahora
con conocimiento de causa el valor semántico de la oración
completa. Para ello hay que comparar la oración con la realidad
(2.21).
Podemos observar que
la forma lógica de las oraciones se reduce al ordenamiento de sus
elementos10,
es decir a sus sintaxis y con ello hemos llegado a la parte más
densa del Tractatus, la teoría de las propiedades sintácticas
de la proposición.
La sintaxis formal del Tractatus.
La sintaxis de un lenguaje son las
reglas de formación y transformación de sus proposiciones. Un
lenguaje tiene una estructura especificada si se conoce todo el
léxico, (las palabras que tienen significado) las reglas de
formación de las oraciones y las reglas de transformación.11
Las reglas de formación nos dicen cómo hay que ordenar el léxico
para formar oraciones y las reglas de transformación nos dicen cómo
derivar una oración (teorema) a partir de otras (axiomas)12.
El conjunto total de oraciones de un lenguaje con una estructura
especificada es equivalente a sus reglas de formación y
transformación.
Llamaremos a un
elemento de la proposición un elemento sintáctico, una palabra del
léxico, y a la clase de elementos sintácticos de un mismo tipo lo
llamaremos categoría sintáctica. Los elementos sintácticos en el
Tractatus son los símbolos (Symbol,
Ausdruck) por medio de los
cuales la proposición puede expresar un pensamiento con sentido. El
símbolo también es lo común a un grupo de proposiciones pues
muchas pueden hacer uso de él para expresar su sentido. El símbolo
tiene una forma y un significado (3.31)13.
Podemos representar la relación que tiene un símbolo particular con
las proposiciones en las que puede ocurrir de un modo sintácticamente
correcto por medio de una variable cuyos valores sean las
proposiciones que contienen a la expresión, esto es a lo que
Wittgenstein llama una variable proposicional (3.312, 3.313). Las
variables proposicionales son las categorías sintácticas de la
proposición. El modo correcto en que pueden ordenarse las categorías
sintácticas para dar la norma de formación para todas las
proposiciones es la estipulación arbitraria de qué valores pueden
adquirir las variables proposicionales (3.315). Para imaginarnos esto
más fácilmente pensémoslo de manera conversa, en vez de
imaginarnos la clase de proposiciones en las que puede ocurrir un
nombre14
variable, pensemos en la clase de nombres que pueden ocupar ese lugar
variable. Las normas de formación son las reglas por las cuales no
cualquier nombre puede ocurrir en cualquier proposición, sino tan
sólo en una clase determinada, así por ejemplo, si tenemos la
proposición “Juan salta” y convertimos el nombre “Juan” en
una variable (x salta), la clase de nombres que pueden
reemplazar tal variable son aquellos que tienen la forma apropiada.
La variable muestra la forma de los elementos de la categoría
sintáctica que pueden satisfacer tal función. Vemos que nuestro
modo inicial de hablar de la sintaxis de la proposición (normas) va
siendo de apoco sustituido por el modo de hablar de ella en el
Tractatus (formas). Wittgenstein creía que no se podían
mentar las normas de formación o transformación de la proposición
porque consideraba que estas mismas normas tendrían formas lógicas
idénticas a las de las proposiciones, todo tiene que depender de la
naturaleza de la notación lógica, ella nos ha de hacer claro cómo
representa a los elementos de la proposición (3.315, 3.334). Una
explicación correcta de la lógica de nuestro lenguaje no podría
usar proposiciones.
Ya hemos visto cómo
encontramos los elementos sintácticos de la proposición, las
categorías sintácticas y sus “normas” de formación, antes de
pasar a las “normas” de transformación veamos algunas de las
características que nos da Wittgenstein de los elementos
sintácticos. Estos ayudan a la proposición a expresar su sentido
por medio de la misma lógica de la figuración, (3.1-3.14-3.1431)
los expresamos por medio de signos (3.32), y la exigencia del sentido
preciso nos compele a tener signos simples (3.23).
La relación entre los
elementos de la proposición y los elementos de los hechos ha de
seguir la lógica de la figuración para que una siquiera pueda
representar a los otros. No me extenderé más al respecto, el lector
aguzado puede sacar sus propias conclusiones con lo dicho hasta aquí
del tema. Detengámonos en la relación que hay entre el elemento
sintáctico, el símbolo, y el signo (Zeichen).
El signo es la parte del símbolo percibida inmediatamente por los
sentidos (3.32).15
Sentimos regularmente a las palabras como objetos compuestos de su
apariencia sonora o escrita y además su significado. La apariencia
sonora o escrita es el signo y unido al significado es un símbolo.
Para ver que un signo de hecho es un símbolo hay que ver cómo es
utilizado en la proposición para contribuir al significado total de
ella (3.326). Sin embargo hay casos en los que este uso (el
lógico-sintáctico) no nos explica totalmente cómo el signo está
funcionando como símbolo. El uso habitual del signo nos
muestra al símbolo en estos casos (3.362). Para ilustrar esto
pensemos en la oración “Aquel caballo es bueno.” Siguiendo la
lógica de la figuración podríamos pasarnos un buen tiempo buscando
una cosa llamada “bueno”, pero es claro que el uso habitual de la
palabra “bueno”, en un contexto determinado, nos aclara cómo
colabora este signo a la determinación del significado total de la
oración. “Bueno” en una caballeriza de carreras es la
contracción en un símbolo simple de la descripción “corre la
milla en tanto tiempo.” Es palpable que podemos definir
“caballo bueno para las carreras” con la expresión “caballo
que corre la milla en tanto tiempo” (3.24). Ciertamente teníamos
la impresión de que esta proposición no nos había dicho todo lo
necesario para entenderla, esto sucede con regularidad con todas las
proposiciones que tienen elementos que designan complejos (3.24).
No ha de confundirse
un signo simple con un signo simple que designa un complejo. El
segundo está definido por medio de signos simples y las definiciones
son lo que le permiten designar (3.261). Si los signos simples con
los que se define aquel son nombres, e. d., signos que designan
elementos de los estados de cosas (3.201, 3.202), son signos
primitivos (Urzeichen) y no
solamente signos simples. Son indefinibles y primarios, su
significado sólo puede sernos explicado por medio de aclaraciones,
que a su vez son oraciones que contienen signos primitivos. Para
entender las aclaraciones tenemos ya que conocer el significado de
sus signos (3.263). Recordemos que hay un método para otorgar
significado a los signos primitivos que muy probablemente sea la
definición ostensiva. Pero en realidad necesitamos estos signos para
echar a andar el mecanismo de la figuración, para que haya sentido,
y la exigencia es más fuerte cuando se necesitan sentidos precisos,
se requieren signos que designen inmediatamente a los
elementos de los estados de cosas puesto que el nombre hace las veces
del objeto (3.203, 3.22, 3.23).16
Wittgenstein puede
sacar conclusiones una vez que tiene esto del todo claro. Antes de
mencionar algunas recordemos al lector que en su periodo de
transición Wittgenstein nos va recordar que es un error clásico de
los filósofos el buscar cosas significadas por los sustantivos de
las oraciones. Esta crítica no se aplica del todo al Tractatus
pues lo que las palabras-nombre del Tractatus designaban no
eran cosas, sino objetos, y la insistencia del primer Wittgenstein en
este punto es que la palabra “objeto” no es un concepto similar a
cosa. Nos adentraremos más en este punto cuando veamos sus ideas
respecto a la forma lógica de la proposición.
Las conclusiones
mencionadas se pueden dividir en tres sectores, las relacionadas con
el uso de los signos en el lenguaje, las relacionadas con las
categorías sintácticas y aquellas relacionadas con las capacidades
representativas de los símbolos. En el lenguaje cotidiano es regular
encontrarnos con símbolos que compartan el mismo signo (3.323).
Nuestro ejemplo de la palabra “bueno” es esclarecedor porque este
signo aparece en una cantidad muy amplia de símbolos, esto ha hecho
que los filósofos con singular frecuencia traten de encontrar
propiedades o características en lo designado por tal palabra que
les aclare la esencia de su significado, de confusiones de este tipo
está llena la filosofía (3.324). Por su parte Frege y Russell
cometieron errores al tratar de describir sus lenguajes formales
(3.325). Para Wittgenstein, y para la tradición después de él, es
esencial que pueda describirse la sintaxis de un lenguaje sin apelar
a ningún significado (3.33)17,
Russell requirió, para establecer sus categorías sintácticas,
apelar al significado de los elementos sintácticos que pertenecían
a ellas, (3.331, 3.332) de ahí que inmediatamente creyó posible
clasificarlas por sus capacidades semánticas y no por sus relaciones
sintácticas. Un ejemplo esclarecedor al respecto es que Russell
consideró el término “clase” desde el punto de vista de su
significado (incluso más bien, desde el punto de vista de la
apariencia sígnica) y no de su forma. Una clase es un grupo de cosas
determinadas por una función,18
por lo que para determinar una clase requerimos siempre de una
proposición de la forma F(x). Russell comenzó a
hablar de clases de clases, es decir, grupos de clases, lo que en
general no produjo ningún problema hasta que comenzó a hablar de
funciones tales como “la clase de las clases que no se pertenecen a
sí mismas.” Esto implicaba que la clase podía ser a un mismo
tiempo la función y su argumento pues la función citada tiene la
forma C(C(c)). La propia sintaxis lógica excluye el error de
Russell ya que tanto la función como el argumento tienen distinta
forma, e.d., tienen que ser elementos sintácticos diferentes
los que remplacen a la función y al argumento aunque compartan el
mismo signo (la palabra “clase” (3.333)).
Las conclusiones
respecto a la capacidades semánticas de los símbolos son en
especial relevantes porque nos irán introduciendo en la teoría de
la lógica que se desarrolla en el Tractatus. Dada la
distinción entre signo y símbolo puede decirse que es inesencial el
modo particular en que se elabore el signo, pues lo que le permite
realmente significar es su estatus de símbolo, su contribución
sistemática a la expresión del sentido de la proposición. De lo
que se sigue que lo esencial a la proposición, al símbolo, es lo
común a todos los símbolos que pueden expresar el mismo
sentido (3.34, 3.341). Por lo tanto el nombre es ciertamente
arbitrario pues ninguna composición sígnica le es esencial (3.3411)
y en cambio la proposición no es arbitraria, todas las proposiciones
que cumplen la misma función han de tener en común la misma forma
lógica sin importar que se utilicen distintos léxicos, distintas
configuraciones sígnicas para los nombres (3.342, 3.3421, 3.343,
3.344.).*
De igual manera lo
común a todas las notaciones para las funciones veritativas es el
que puedan ser reemplazadas por una notación particular (3.3441).
Esto nos da una de las primeras señales para esclarecer el método
de construcción de la forma general de la proposición, la única
norma de transformación que acepta el Tractatus.
Cabe aclarar que la
perspectiva actual respecto a los lenguajes formalizados se la
debemos en gran parte a Alfred Tarski. Wittgenstein creía que un
lenguaje correcto tenía que ser formalizado, es decir, que todas sus
normas sintácticas se pudieran elaborar sin necesidad de mentar
ningún significado, también creía que era posible describir todas
las reglas de transformación de un lenguaje correcto a partir de la
estructura sintáctica de las oraciones que lo conformaban y además
que estas reglas de transformación para cualquier lenguaje
sintáctico correcto debían obedecer a las reglas lógicas, o para
ponerlo de un modo más fuerte, todas las reglas sintácticas debían
ser reglas lógicas. Tarski dedicó gran parte de su carrera a
confirmar si todas las propiedades formales (sintácticas) de un
lenguaje coincidían con las normas lógicas. Hay un debate actual
sobre si la lógica es la teoría de las relaciones formales, como
creía Wittgenstein, o si sigue siendo la teoría de la inferencia,
como le sugirieron estos últimos trabajos a Tarski.
Wittgenstein utilizará
para derivar todas las notaciones para las funciones veritativas una
notación particular, la negación conjunta. Esta operación le
permitirá describir todas las posibles combinaciones de las
proposiciones elementales, e. d., le permitirá derivar a partir de
un grupo de proposiciones, los axiomas del lenguaje descrito en el
Tractatus, todas los posibles teoremas a partir de esta norma
de transformación. La descripción de todas las estructuras que
pueden significar, la descripción de la sintaxis del
lenguaje, se convertirá gradualmente en la descripción de la
lógica.
Primero Wittgenstein
recoge una de las conclusiones previas para aclarar la negación. La
negación depende, como todas las demás funciones veritativas, de
que la proposición que niega ya tenga un sentido. Ciertamente la
proposición no puede, por así decirlo, esperar a que los hechos le
den sentido por medio de nuestra afirmación o negación, de nuestra
estipulación de su verdad o falsedad, pues precisamente es la
proposición la que nos indica qué hecho hemos de comparar con ella
para saber si es verdadera o falsa (4.061, 4064). Por ello la
negación no nos dice nada sobre el sentido de la proposición ni es
un rasgo especial de su sentido el que pueda ser negada (4.0621) y de
esto se sigue que tampoco sabemos nada del significado de las
proposiciones si sabemos que pueden ser verdaderas o falsas. Al
momento de usar la negación como método para describir todas las
transformaciones de las proposiciones elementales no hemos mentado
nada sobre su significado. Esto mantiene formal nuestra descripción
de las normas de transformación del lenguaje pero ¿cómo se logra
derivar a partir de la negación todas las demás proposiciones?
La norma de transformación en el
Tractatus: La forma general de la proposición.
La forma general de la proposición es
la expresión del miembro general de una serie de formas. Las series
de formas son las series de sucesiones que están ordenadas según
relaciones internas (4.1252). Las relaciones internas son las
relaciones que se dan entre los conceptos formales. Un concepto
formal es una variable proposicional (4.127), una categoría
sintáctica.
Para Wittgenstein era
imposible afirmar qué objetos caían bajo estos conceptos porque el
análisis de las proposiciones que afirmaran tales adscripciones
sería contradictorio (4.1272). Ilustremos esto con la oración “Fido
es un objeto.” “Objeto” en esta oración designa a la categoría
sintáctica “(x)”, variable individual, pero el análisis
de la oración no revela esto, pues la oración tiene la forma “F(x)”
donde “es un objeto” aparece como una función. Si se quiere
hacer a la función “(x) es un objeto” una relación
diciendo que su forma es “(x)R(y)” de modo que el
nombre “objeto” designe a la categoría sintáctica, variable
individual, y concuerde con la forma de tal categoría, entonces Fido
tendrá que estar en algún tipo de relación con la categoría
sintáctica, lo que es simplemente falso pues no se quería decir que
el animal fuera un valor de esa variable, sino el nombre “Fido”.
También se podría afirmar “El nombre ‘Fido’ es un valor de la
variable de la forma ‘(x)’.” Y la forma de esta
proposición es “(x)R(y)” donde “el nombre
‘Fido’” tiene que ser un nombre y no hay objeto alguno que se
llame “el nombre ‘Fido’”. Por último está la posibilidad de
decir “‘Fido’ es un valor de ‘(x)’” manteniendo la
misma forma, tanto ‘Fido’ como ‘(x)’ son nombres pero
¿nombres de qué? Ciertamente no estaríamos dispuestos a afirmar
que “Fido” es el nombre de la palabra “Fido”.
Los valores de una
variable proposicional se reconocen porque tienen un rasgo común
entre sí, rasgo que se expresa en la forma de la variable
(4.126). Este rasgo común puede concebirse como propiedad formal de
los valores (4.1271) pero tampoco puede ser expresado por medio de
proposiciones, so pena de absurdo. Sin embargo estas propiedades
formales expresan una relación entre las proposiciones donde
aparecen palabras que caen bajo los mismos conceptos formales
(4.125). Las proposiciones F(a)(b) y F(a)(b)(z) están
en una de estas relaciones. A estas relaciones es a las que
Wittgenstein les llamó relaciones formales o internas.
Ahora acerquémonos al
concepto de “sucesión”. Imaginémonos el conjunto ordenado de
nombres {Frege, Carnap, Quine, Davidson, Rorty}, estos nombres están
ordenados por la función “(x) es maestro de (y)” puesto
que el primer par de nombres satisface verdaderamente a tal función,
el subconjunto {Carnap, Quine} la satisface de la misma manera y así
sucesivamente. Podemos entonces decir que este conjunto de nombres es
una sucesión ordenada por la relación “ser maestro de”. Esta
relación sin embargo no es una relación interna porque podemos
decir qué propiedades tuvieron que tener unos para ser maestros de
los otros sin mayor problema, sin poner palabras vacías en nuestra
boca. Cuando tenemos una sucesión ordenada por relaciones internas
tenemos una sucesión de formas, variables proposicionales, puesto
que no hay otra manera de ver la relación que las ordena más que
atendiendo a los rasgos formales que demuestran las categorías
sintácticas que construyen a esas series de formas. A las formas que
están relacionadas así se les llaman “sucesores” o
“antecesores”(4.1252).
Para expresar que una
forma es sucesora de otra necesitamos una variable que exprese el
miembro general de tal serie de formas 19.
Tal variable consiste en la unión entre la forma del primer miembro
de la serie de formas y la forma general de la operación que produce
al siguiente miembro. Por ejemplo, los números naturales están
ordenados por una relación interna, el modo de expresarla es la
variable del miembro general de tal serie de formas: [n, n+1]
con este miembro general podemos decir que 4 es sucesor de 3 porque
tres tiene la forma n, y 4 es producido a partir de 3 por la
operación n+1. El miembro general de la serie de formas nos
ayuda a expresar, a visualizar, la relaciones de sucesión entre las
formas.
Wittgenstein creía
que las proposiciones formaban una serie similar. Pero en el caso de
las proposiciones todavía no sabemos qué forma tiene el primer
miembro de la serie de formas ni qué operación puede producir a
partir de esa supuesta forma el miembro siguiente en la serie de
formas. Todavía no sabemos que variable representa al miembro
general de las formas proposicionales.
Para determinar la
forma del primer miembro de esta serie hay que apelar a la forma más
simple que pueden tomar las proposiciones, necesitamos conocer la
forma de una proposición elemental. La proposición elemental es una
combinación de nombres, es una figura de un estado de cosas (4.221)
que afirma el darse efectivo de este (4.21). Ciertamente si
aceptáramos la negación dentro de las formas de las proposiciones
elementales estaríamos tratando ya con proposiciones compuestas y
por tanto no las más simples. Como entre las proposiciones
elementales no hay negación, ninguna proposición elemental puede
contradecir otra proposición elemental (4.211). Podemos denotar
entonces, como hemos venido haciendo, los nombres por medio de las
letras “x”,”y” o “z”, y su encadenación
directa por medio de una función F(x), Wittgenstein sigue la
convención de denotarlas también por medio de letras como p, q
o r. (4.24) Tenemos pues la forma de una proposición
elemental pero podemos desarrollar un poco más este signo
proposicional para comenzar a ver las relaciones internas entre las
proposiciones. Wittgenstein lo completa con las posibilidades
veritativas de la proposición elemental, que obviamente son sólo
dos, verdadero o falso (V, F). Podemos pues formar nuestro signo
proposicional así (V, F) (p) Este signo proposicional expresa
las posibilidades del darse y no darse de un estado de cosas (4.3)
porque si la proposición elemental es verdadera, el estado de cosas
que afirma se da efectivamente (4.25). Los signos proposicionales que
usan más de una proposición elemental, las proposiciones
compuestas, expresan la coincidencia y no coincidencia de las
posibilidades veritativas de las proposiciones elementales (4.4) y
esta coincidencia y no coincidencia es la expresión de las
posibilidades veritativas de las proposiciones (4.431) que tiene como
argumentos veritativos a las proposiciones elementales (5.01), las
proposiciones compuestas. Un ejemplo sería (VVFV)(p, q), esto es una
función veritativa que expresa lo mismo que el signo:
- pqvvvvfvvfffv
Solo que la no
coincidencia de las posibilidades veritativas de las proposiciones
elementales en la tercer columna, el espacio vacío, es expresada con
el distintivo F en el paréntesis de nuestro primer signo
proposicional. Esa columna expresa las posibilidades veritativas de
la proposición compuesta. Sentimos palpablemente que podemos
organizar todas las posibilidades veritativas para dos argumentos
veritativos, proposiciones elementales, en una serie: (VVVV)(p, q),
(VFVF) (p, q), (VFFV) (p, q), (VFFF)(p, q), etc. Esta posibilidad
muestra que estas proposiciones están relacionadas internamente.
Wittgenstein aprovecha
esta serie para algo más, entre los grupos de condiciones
veritativas para un número cualquiera de argumentos veritativos hay
dos casos extremos, la tautología, donde las condiciones de verdad
son todas verdaderas, y la contradicción, donde son todas falsas.
Cuando revisemos las ideas de Wittgenstein regresaremos a esto.
Tenemos la forma de un
miembro de la serie de formas y podemos visualizar las relaciones
entre las formas pero todavía no conocemos la operación por la cual
podemos pasar de una forma a otra, antes habíamos dicho que es la
negación conjunta, y ahora veremos cómo nos hace clara la relación
entre estas series de formas.
La operación va tomar
a las proposiciones elementales como sus bases, producirá funciones
veritativas a partir de ellas (5.234), la operación usa las bases
para convertirlas en otra proposición (5.23). Wittgenstein introduce
un simbolismo particular para representar las operaciones: O’.
Esto indica la aplicación de una operación (O) un número
determinado de veces (‘) a una base ().
(5.2521) La aplicación sucesiva de una operación a una base puede
expresarse así O2a, el resultado de
tal aplicación es O’O’a. Si nos encontramos con una serie
de formas a, O’a, O’O’a, O’O’O’a ... podemos
expresar su miembro general así : [a, x, O’x].
Si todas las funciones
veritativas pueden ordenarse en una serie de este tipo ha de haber
una operación que pueda hacer clara esta relación. Wittgenstein,
aprovechando el simbolismo introducido para las funciones veritativas
y para las operaciones, nos dice que tal operación es (---V)(,...).
La operación niega las proposiciones del paréntesis derecho, él
llama la negación de esas proposiciones (5.5). Todas las funciones
veritativas son resultado de la aplicación sucesiva de esa operación
a las proposiciones elementales. Un modo más practico de escribirla
es N( ),
el guión sobre xi indica que son todas las proposiciones que sean
valor de xi las que son negadas.
Así tenemos al fin
nuestra variable para expresar el miembro general de las formas
veritativas: [p,,
N( )]. Esta
es la forma general de la proposición, el único modo de
transformación que acepta Wittgenstein para el lenguaje que describe
en su Tractatus. En el camino hasta este punto Wittgenstein ha
sacado consecuencias para la teoría de la probabilidad, la lógica,
la ciencia natural, la filosofía, la ética, la teoría del
conocimiento y la matemática.
1
Michael Dummett, La verdad y otro enigmas, F.C.E. IX°
Artículo, La distinción fregeana entre sentido y referencia.
2
Estos números se refieren a la numeración que da Wittgenstein a
sus proposiciones en el Tractatus.
3
F.V. es función veritativa, lo que Russell llamaba constantes
lógicas.
4
Parece correcto afirmar que las proposiciones más simples que se
pueden construir en el Tractatus son aquellas que describen
propiedades: se formarían por medio de tres nombres de objetos, de
un particular, digamos a, de una relación, por ejemplo
reflejar, y otro de particular, por ejemplo una frecuencia de
emisiones electromagnéticas. Si este es el caso, la afirmación de
que los objetos son incoloros ciertamente sería la afirmación
incidental de que el color es más bien una propiedad de la luz.
5
Para una exposición más clara de esto: Michael Dummett, what
is a theory of meaning?, en The Seas
of Languaje, Oxford Clarendon Press.
6
Soy de la opinión que la teoría de la figuración implica una
teoría del conocimiento.
7
¿Cuál es la forma lógica de una proposición elemental?
F(x)(y), cualquier hecho que conste de tres elementos
relacionados entre si puede ser significado por esta proposición.
En 4.04 y 4.041 se habla expresamente de la multiplicidad matemática
de los elementos.
8
3.263
9
Entiéndase de aquí en adelante figura como cualquier
representación no importando el método de proyección que se
utilice, ya sea una oración, un circuito eléctrico, una clave
Morse, un lenguaje a señas, una maqueta, un disco gramofónico, una
notación musical, etc.
10
F(x)(y) es una figura distinta de F(y)(x) y de
(x)F(y), etc.
11
Alfred Tarski, La concepción semántica de la verdad y los
fundamentos de la semántica, Nueva Visión.
12
Se da por sentado que las oraciones del lenguaje son afirmaciones.
13
La propia proposición es un símbolo. 3.31
14
Recordemos siempre que en el Tractatus “nombre” no es una
categoría gramatical.
15
Esto no quiere decir que el significado no sea algo perceptible
sensorialmente, sino que sólo el signo nos indica el camino.
16
Es inútil decir que el signo “A” designa al objeto A, pues son
el mismo signo. (3.203)
17
Si esto es posible para un lenguaje particular, según Tarski, el
lenguaje está formalizado.
18
Individuo: individuals. Es decir
cosas. Aquí función se toma en el sentido de Frege.
*
Las consecuencias para la traducción son claras, los lenguajes
sígnicos correctos son los que obedecen a la sintaxis lógica.
19
Los dos conceptos: “sucesor de una serie de formas” y “miembro
general de una serie de formas” son conceptos formales y
determinan la misma forma variable.
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