La política

Desde que escribí este post tenía la inquietud por caracterizar de una forma más clara la actitud que suele imputársele a los políticos: ¿en qué consiste la doble agenda? Slavoj Zizek describe con al fin claridad entre un discurso marxista-freudiano pleno de retórica* y después de una larga autofelación (relata cómo un comité, incluida obviamente su participación, en favor de los derechos humanos de 4 periodistas tomó el cariz de frente principal en contra del régimen soviético en Yugoslavia) al acto político de la siguiente manera:

He aquí la verdadera política: ese momento en el que una reivindicación específica no es simplemente un elemento en la negociación de intereses sino que apunta a algo más y empieza a funcionar como condensación metafórica de la completa reestructuración de todo el espacio vital.**

Lo que McCain--refiriéndome al anterior post--hacía en la discusión sobre las tropas americanas en Irak era defender un interés particular: los ciudadanos iraquíes necesitan la participación americana para conservar la paz. Un interés además muy altruista, pero como político trataba mantener la ocupación americana de tal estado. Esto es lo que permite a los políticos jugar tal juego: dentro de ciertas discusiones pueden defender intereses particulares, que quizás de entrada aparezcan como opuestos a sus políticas habituales, porque los personajes particulares que aparecen en las narrativas con las que se expresan esos intereses (el mentado Joe, el plomero, por ejemplo) pueden servir de símbolos para sus agendas habituales. A fin de cuentas el acto de simbolizar (para individuos tan experimentados en el juego de la representación como son los humanos) es completamente arbitrario, cualquier cosa puede estar en lugar de cualquier otra. Y el juego de la política es el que consiste en utilizar un símbolo, de forma legítima, en dos sentidos al mismo tiempo para apelar a distintos intereses. La política sucia es, por supuesto, utilizar un símbolo en dos sentidos opuestos.


*Como tantos lacanianos.
**En defensa de la intolerancia, sequitur, 2007, página 46.

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