Nación

Hace unos años leí la Introducción a la Historia de Marc Bloch junto a los Combates por la Historia de Lucien Febvre. Quizás sea una de las mejores mezclas para visualizar el ambiente intelectual de los historiadores franceses de principios de siglo pasado. No obstante, la vida de Bloch también me dejó un sabor a gran persona, además que ambos me parecieron pensadores concienzudos. Últimamente he estado pensando en la labor del Estado en la creación del bienestar y cómo esto, en ciertas ocasiones, produce una sensación de pertenencia nacional. Hoy comencé a leer La extraña derrota y de inmediato Bloch comienza:

¿Estas páginas serán publicadas alguna vez? No lo sé. En cualquier caso, es probable que, durante mucho tiempo, no puedan ser conocidas, fuera de mi entorno inmediato, más que bajo capa. Sin embargo, me he decidido a escribirlas. El esfuerzo será duro: ¡cuánto más cómodo me resultaría ceder a los consejos de la fatiga y el desaliento! Pero un testimonio sólo tiene valor cuando se plasma con toda su frescura primera y no me resigno a la idea de que el que aquí presento deba ser forzosamente inútil. Tarde o temprano vendrá el día, lo espero ardientemente, en que Francia verá florecer de nuevo, sobre su viejo suelo ya bendecido por tantas cosechas, la libertad del pensamiento y de juicio.
Y después agrega:

Soy judío, no por una religión que no practico, no más que ninguna otra, sino por nacimiento. No me enorgullezco ni avergüenzo de ello, siendo, espero, suficientemente buen historiador para no ignorar que las predisposiciones raciales son un mito y la noción misma de raza una absurdidad particularmente flagrante, en realidad, un grupo de creyentes, reclutados, en otros tiempos, en todo el mundo mediterráneo, turco-jázaro y eslavo. Sólo reivindico mi origen en un caso: frente a un antisemita. Pero es posible que quienes se opongan a mi testimonio tratarán de desacreditarlo tildándome de "meteco". Me limitaré a responderles [...] que Francia, el país del que algunos estarían dispuestos a conspirar para expulsarme ahora y quizás (¿quién sabe?) lo consigan, será siempre, pase lo que pase, la patria de la que no podría desarraigar mi corazón. He nacido en ella, he bebido en las fuentes de su cultura, he hecho mío su pasado, sólo respiro bien bajo su cielo y, por mi parte, he tratado de defenderla con todas mis fuerzas.

Y uno piensa que hay gente que quiere a su país de manera justificada (y también hay países que quieren a su gente).

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