Exfoliación

Nadan en reversa, impulsados por un pleón de común encubierto, sin saber a dónde van; un par de cangrejitos de caparazón translucido atraviesan las capas de mis lentes. Claro que no los veo. Así como ellos están ciegos para su destino, yo estoy ciego para su existencia. Sus corazones, pulsando e impulsando una sangre traslucida que por alguna química sin sabores se convierte en marrón al llegar a los ventrículos crustáceos, se aceleran en lo que a mi me parece una caída. Los asustaron mis pestañas o mis deseos. Mi ceguera. Por lo regular hacen su carroña en la parte alta del marco. Pastan y cazan al mismo tiempo, pizcan, glenan, se atiborran de una sustancia invisible y salada que nosotros humanos en nuestra ceguera voluntaria llamamos mica. Como a todos los cangrejos, se les puede mirar como hacendosas personitas que nunca descansan ni se retiran del empeño de sobrevivir metiéndose cuanta piedra encuentren entre las capas de mis lentes. Sus ojos mínimos y negros son los ojos de algún banquero receloso que no nos quita la mirada mientra pela una naranja o cuenta sus intereses o sus deudas. Uno a veces puede imaginar que las manos que tienen por pinzas se detienen entre tanta mandíbula alocada para saborear algún descubrimiento improbable en esa mineral existencia. No saben que nos los veo. Se asustan cuando mi mirada sobrevuela su estepa imposible. Se dejan caer por la curvatura miópica de las capas de mi lentes. No saben nada los magníficos carroñeros. Están casi tan ciegos y tontos como yo, casi tan locos como yo, casi pueden ver cangrejos en sus ojos. Casi pueden pensar que no los ven nunca.

Comentarios

ari dijo…
No sé si es porqué son las 4 de la madrugada, pero me ha gustado mucho lo que has escrito. :) buenas noches.
Nafrán dijo…
Gracias.

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