24 citas

Estoy en una esquina de Monterrey, de pie, esperando que llegue el autocar, con todos los músculos de mi voluntad reteniendo el terror de afrontar lo que más deseo en el mundo.

En mi cama me invade la selva; me veo infestada por una horda de deseos: una paloma me picotea el corazón, un gato hurga en la cueva de mi sexo y en mi cabeza ladra una jauría, bajo el látigo de un cazador que ordena a gritos destrucción y estragos, mientras las horas acumulan torturas para poner mi resistencia a prueba.

Dios, baja del eucalipto que crece junto a mi ventana y dime quién se ahogará en tanta sangre.

De mi cabellera hice un sudario, que mantuvo a raya a los coyotes mientras nuestra anatomía trazaba jeroglíficos.

Luna, luna, álzate cielo arriba, recuérdame el consuelo, recuérdame que fui valiente alguna vez.

Tenaz como un pájaro recién nacido, todo boca con su único deseo, cierro los ojos y tiemblo, esperando el paraíso: va a tocarme.

¿Qué va a ocurrir? Nada. Pues todo ha ocurrido ya. El tiempo entero es ahora, y el tiempo no puede ofrecer nada mejor. Nada puede ser más ahora que ahora, y antes de ahora nada era. No hay hechos menores en la vida, sólo existe un hecho, éste, único y colosal.

La pared está cubierta de garabatos, arañados en el yeso con un alfiler: "Si consigues salir de aquí sigue mi consejo. Sé bueno."

Ve a la guerra, hermanito, contribuye a que se derrame más y mejor sangre, para que las conciencias blandas tenga la oportunidad de enjuagarla. Lleva la cabeza rapada como un presidiario y se divierte con juegos sanguinarios. "No conozco a ese tío, pero para mi que es un sinvergüenza."

Ha habido hombres que han sido más recordados que naciones enteras, y naciones de hombres han estado dispuestas a morir por una sola palabra
Entonces, ¿mi palabra o la vuestra? Niña, no seas insolente.

Con ello pudo repoblar el mundo entero, puedo dar a luz a nuevos mundos en refugios subterráneos mientras arriba caen bombas; puedo hacerlo en lanchas salvavidas mientras el barco se hunde: puedo hacerlo en cárceles sin permiso de los carceleros; y oh, cuando lo haga calladamente en el vestíbulo durante las reuniones del Congreso, un montón de hombres de Estado saldrán retorciéndose el bigote, y verán la sangre del parto, y sabrá que han sido burlados.

Recuerda también, cuando apoyas la vulnerable cabeza entre las manos, que aquello por lo que estamos siendo castigados, y aun peor, por lo que estamos castigando, no es sólo ese océano de paz que alcanzamos cuando me llamas zorra, sino la Causa. (La causa, mi alma.)

No es que yo pretenda ser también un ángel. Pero sé que estar alegre, ser feliz, aunque sea suavemente, le crea a uno enemigos.
Recuerda: yo no soy el desahogo, sino la meta.

Imposible escapar, por más cabezazos que me dé contra las paredes de esta aja; imposible llamar, para que me hagan compañía, a los fantasmas de ojos visionarios.

No hay nada tan fecundo como un espejo. En las noches de suerte, me devolvía mi cara como prendiéndome una condecoración: he aquí la cara que encendió mil noches, el señuelo que llevó al arcángel a tu cama, el precario instrumento con el que cazas estrellas polares. Pero a veces, a solas, el espejo clavaba mis dos ojos con alfileres, como mariposas, y me mostraba una cara a punto de naufragar en lágrimas, a punto de estrellarse contra sus propios estériles consejos, cuando estallara al fin el cataclismo que ya estaba rodando cuesta abajo hacia el presente, igual que una avalancha.

Pues, ¿acaso alguien hace planes de suicidio tomando el sol?

A veces, cuando en la jaula de mi cabeza estrujo el dolor, me dijo: Si tú estás sufriendo, piensa en lo que ella sufrió: cien veces más y sin esperanza, mientras tu felicidad radiante pisoteaba, bailando su calvario.

¡Dejadme yacer sobre las piedras frías! ¡Dejadme alzar pesos demasiado pesados para mí! ¡Dejadme gritar: Más! ¡Bajo el dolor! ¡Que las llamas den forma a mi pálido rostro, que me dejen demostrar mi resistencia al látigo, que me aten con las cuerdas reservadas al asceta invulnerable, que me conviertan en emblema de la santidad posible!

A las brujas las quemaron en la hoguera, en toda Nueva Inglaterra, sólo por la culpa del amor, sólo porque llevaban el aura del deseo satisfecho.

El amor es mi única carta: lo apuesto todo a ella.

Destino, recibe mi ultimátum, redactado por la abajo firmante y rubricado en el día de la fecha, leído y aprobado, mi testamento definitivo e inmutable.

Voy a tener un hijo, y por tanto todos mis sueños son de agua. Desde la otra orilla, un fantasma me hace señas, el fantasma de una calamidad a unto de cumplirse. Pero esta noche, el niño reposa en mí como una isla predestinada, la única isla de todos los mares.

No hay día de mañana, ni el de la razón ni ningún otro. Y el día de hoy, mi único hoy, lo derramo inútilmente en mi cuaderno de diez centavos, con los ojos arrasados por lágrimas. Esta es la hora en que hace mucho tiempo yo no me levantaba, y bellamente engalanada de desdén, daba orden al sol de que saliera. Hoy esta hora no es ninguna hora y no lleva a ninguna parte. Se columpia en el aire, absurda.

Yo personalmente prefiero la presa Boulder a la catedral de Chartres. Prefiero los perros a los niños. Prefiero las mazorcas de maíz a los genitales masculinos. todo va sobre ruedas, todo es fantástico, y tú qué tal, yo muy bien con okal. Está en el bote. No puede fallar.

Elizabeth Smart, En Gran Central Station
me senté y lloré, 1986, excelente traducción
de Laura Freixas

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