Falso Faulkner

Leí esta frase:

En el decurso de varias décadas cautivo del cigarillo, he gestado un encomio de la vida íntima de los encendedores...
Ignacio Padilla, La vida íntima de los encendedores, Páginas de Espuma.

Luego esto:

Su hermoso rostro, multiplicado por las rotativas, se abatió sobre París y sobre Francia, hasta lo más profundo de las aldeas perdidas, en chozas y castillos, revelando a los burgueses entristecidos que a cada momento rozan su vida cotidiana encantadores asesinos, elevados disimuladamente por alguna escalera de servicio hasta ese sueño suyo que atraveserán, escalera que por ser su cómplice no habrá crujido.
Jean Genet, Nuestra señora de las flores, Juan Pablos Editor.
(Aunque espero se le pueda culpar del galimatías a la traducción de Leonor Tejada.)

Y carajo estoy seguro que hice lo correcto al decidir no leer a nadie en español (y soportar las traducciones porque precisamente las elaboran simples traductores), pero de repente me encuentro esto en la cuarta de forro de Lilus Kikus:

Hace muchos años, tal vez trece o quizá menos, apareció un libro de sueños: los tiernos sueños de una niña llamada Lilus Kikus para quien la vida retoñó demasiado pronto.
Lilus sabía poner orden en el mundo sólo con estarse quieta, sentada en la escalera espiral de su imaginación, donde sucedían las cosas más asombrosas, mientras con los ojos miraba cómo se esfumaba el rocío y un gato se mordía la cola o crecía la sonrisa de la primavera. Luego, de pronto, sentía que los limones estaban enfermos y que sólo inyectándoles café negro con azúcar podía aliviarlos de su amargura.
Pero Lilus era también endiabladamente inquieta: corría a preguntarle a un filósofo si era el dueño de las lagartijas que tomaban el sol afuera de su ventana.
También divagaba en cómo hacerle a Dios un nido en su alma sin cometer adulterio e investigaba con su criada Ocotlana de qué tamaño y sabor eran los besos que le daba su novio.
Todo en este libro es mágico y está lleno de olas de mar o de amor como el tornasol que sólo se encuentra, tan sólo en los ojos de los niños.

Y casi uniéndome a la borregada que proclama a Juan Rulfo como el mejor prosista del castellano, agradezco al editor que tuvo el atino de ofrecernos eso fuera de un libro.





Comentarios

Entradas populares