Ouraboros

Cuando tenía 17 años regalé un diario que llevaba más o menos 6 meses escribiendo. Se lo regalé a una compañera de preparatoria que me gustaba y la cual sabía, pues se lo dije un par de semanas antes de dárselo, que iba recibirlo. Como es obvio, las anotaciones de esas dos últimas semanas expresaban miedo provocado por el "qué pensará". Había "meta-anotaciones" en cada hoja: mensajes para ella sobre las posibles interpretaciones que le podría dar a lo que recién ponía sobre mi día. Interpretaciones y sus refutaciones ad hoc. Ha sido uno de los regalos más malos que he dado porque, a pesar de que en abstracto ha de ser muy valioso regalar tus pensamientos más íntimos, en concreto, ese diario era una colección de veneno. Como todo animal ponsoñoso, yo lo producía naturalmente y no porque la tuviera a ella en "la mira". Ahora, cuando escribo en el blog, me doy cuenta, con miedo, que quizás vayas a leerlo pensando que tú (y sabes que ese "tú" no se refiere a esa compañera lejana de preparatoria) eres la causa de mi magnífica capacidad para crear soledad a mi alrededor. Es entonces que ese miedo, como antes, me induce a enviarte mensajes "ocultos" en los post. Y todo esto es muy raro porque quiero enviarte esos mensajes, quiero comunicarme contigo (enfatizando que el acto, en esos momentos, me parece mucho más importante que el contenido), pero me acuerdo, me digo obsesivamente, que la causa por la cual decidí no hacerlo más era precisamente para ahorrarte el envenenamiento timorato al que te había logrado someter. Por eso, me gustaría declarar que ya ningún post va tener que ver contigo, que ya no intentaré decirte nada por aquí. Me gustaría, pero me salen lágrimas al darme cuenta que eso implica deshacerme de un modo más de comunicarme con la única persona que había mostrado cierta inmunidad a mi tristeza.

Que mi último veneno sea: No me leas.

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