Carta de Claire

[…]: aunque nunca me atreví a reconocerlo, en el fondo siempre confié en que el futuro sería nuestro. Ebria en mi propia voluntad, caprichosa e irresponsable, durante años me dediqué a prolongar nuestro deseo, a demorarlo, a posponerlo con la secreta esperanza de que más adelante, cerca de la vejez o de la muerte, dispondríamos de una última oportunidad para nosotros. [...] El futuro está aquí y, en contra de mis expectativas, sólo conseguimos lastimarnos. Para colmo, no supe preservar mi independencia y me arriesgué a poseerte. Sorprendido, tú mismo me preguntaste la razón: ¿por qué ahora, por qué después de tantos años, por qué al cabo de tanto dolor? No lo sé, o no quiero saberlo: tal vez porque atisbé nuestro final.
[…] nunca imaginé que las pruebas en tu contra fuesen a socavar mi confianza en tu sinceridad. Gracias a ellas comprendí, Aníbal, que no eres distinto de los otros. […] Cuando concluiste [de explicar] me asaltó una infinita desazón; sin darte cuenta, acababas de renegar de tus ideales, de esos ideales por los que combatimos desde hace más de veinte años: en vez de atacar, te defendías; en vez de resistir, negociabas… No me malinterpretes: acaso tu decisión sea razonable, pero me niego a compartirla. Yo soy la desquiciada, la violenta, la rebelde, ¿lo recuerdas? [...] Siempre me mantengo en pie de guerra. Y nunca transijo. Lo siento, Aníbal: a diferencia de ti, yo no pienso renunciar a la locura.

Jorge Volpi, El fin de la locura, 2003.

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