El día que se acaba a la mitad de la noche

Recontando las quejas obvias, hay que maldecir a la biología pero reformulando la pregunta en exactamente lo mismos términos que los primeros sufrientes: ¿nos destina el cuerpo, además de a la desintegración fétida, a obedecer sus pesos y fluidos y sus agruras? Plantear la cuestión así, absurda, con la respuesta en la pregunta para disolver la duda antes de una indagación de veinte siglos que termina siempre en un telón oscuro. Ingente tu fuerza, biología de matraces y gotitas de tinte para el microscopio. Traidora en el momento de la excitación, en el lapso de rascarse, de cortarse, pero más abrumador tu delito al abandonar los pensamientos, las aspiraciones dadivosas de superación.
Hay que preferir el frío reparto de los tejidos púrpuras y rosados que provoca la verdad bisturí. Nada de nosotros es no-cuerpo y nos condenamos así a nuestro irremediable destino de roble, cedro e interiores acolchonados. Qué triste que se deba escribir todo esto, que de un día para el otro te apagan las luces del teatro.

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