Segunda parte

La consecuencia de esta naturalización del relato es que tampoco puede haber trama. Ninguna persona sabe de antemano qué va pasar, qué situación está ocurriendo. Y nosotros, que ya concebimos a la personalidad sólo como un contendor de circunstancias con una pizca de voluntad, ya no rumiamos el relato de la-situación-específica-ha-suceder[1]. El narrador no puede tomar esta categoría para escribir novela, (y hacemos teoría de la novela para escribir novela), porque ya no puede aceptar que de tal situación se sigue tal otra. Él ha de abogar por una conexión más lábil entre los eventos. Así como en la realidad, en la novela todo es casualidad. La escopeta de Cortázar que aparecía en la página 3 del cuento solamente para dispararse en la 6, no existe en la novela contemporánea. Y de ahí también que el narrador, al construir la “trama”, ya no pueda plantearse de antemano quién es el protagonista. Escoge un montón de situaciones encadenadas entre sí (no por ello necesariamente conectadas) e investiga quién de los participantes cambia, quién es afectado de una manera importante por estos eventos. Imagínense a Agnes de La Inmortalidad de Kundera, lo único que la destaca del fondo complicado de la novela, que se enreda en bucle y narra cómo fue escrita, que incluye eventos celestiales, que discurre por espacios, Rubens, y tiempos, Goethe, muy alejados entre sí, es el hecho de que ella cambia y nada más.

Para ejemplificar esto uso normalmente la alegoría de la subasta. Antes el narrador podía describir a su protagonista como la bola 38 que se sabe va salir ganadora en la tómbola nocturna del pueblo tal. En la novela moderna hemos de presenciar el juego de azar y decidir por el resultado que la bola 38 es la protagonista porque ella fue la premiada, y si no lo fue, ni modo, será la 45. (Piensa en El libro de Manuel donde las noticias del día real cambian las relaciones entre los miembros de la cofradía aquella) Si el narrador no hace esto, la narración será obviamente artificiosa. Por tanto la novela que quepa dentro del esquema “conciencia-inconciencia” es una novela prehistórica. En este sentido ni el propio autor sabe, claro que antes de escribirla-leerla, <> de qué trata y cómo ocurren los eventos de su novela.

La segunda razón por la cual me parece inoperante esta categoría es que la conciencia no arregla nada. Si la idea básica detrás de esto de la “conciencia-inconciencia” es que el protagonista va cambiar al saber algo que el lector ya sabe, entonces, discúlpenme, pero qué basura de novelas son las que quepan dentro de este esquema. Del que sepa que me sucede esto y aquello, que posiblemente si sigo con mi actitud actual, va suceder esto y aquello, no se sigue que pueda cambiar mi situación. La conexión con lo dicho anteriormente es que si tenemos la idea de la personalidad como contenedor de circunstancias, el sujeto no cambia por el hecho de saber su circunstancia, el saberla no es a su vez algo que me afecte como me afectan los eventos. Yo mismo ahora sé que me quieres y que tengo miedo a ese querer por los rechazos que funcionan como condicionamiento particular, pero de eso no se sigue que dejaré de tener miedo al rechazo, etc. Y creo que nadie estaría conforme con una novela que presentara el cambio del personaje como el cambio de un sujeto que sabe algo que antes no sabía. ¡Cuántas novelas de científicos aburridos no tendríamos!

[1] Una forma técnica de decir esto sería : las situaciones no se nombran sino se describen, por tanto, saber que la novela se trata de un enamoramiento es saber realmente muy poco de cómo sucede ese enamoramiento.